El rol de la hija o el hijo dorado en una familia narcisista: el espejismo de la admiración

El precio de la falsa perfección

Dentro de una familia narcisista, existe un rol particularmente destacado y significativo: el hijo o hija dorada. Este término se refiere a aquel miembro de la familia que es idealizado y recibido con elogios constantes por parte de sus progenitores narcisistas. En este artículo, vamos a explorar en profundidad el papel del hijo o hija dorada en una dinámica narcisista y los impactos emocionales que este rol puede tener en su vida.


La construcción de la identidad del hijo o hija dorada y sus consecuencias

El hijo o hija dorada es aquella figura a la que su progenitor narcisista otorga una atención y admiración desmedidas, mientras que desvaloriza o ignora al resto de la prole, que juegan un papel diferente en el conjunto y que analizaremos en los próximos artículos. Esta preferencia evidente crea un ambiente de competencia y división dentro de la familia. El hijo o hija dorada, como digo, es constantemente alabado por sus logros y cualidades, siendo considerado como el ejemplo de perfección. Sin embargo, esta idealización es superficial y está condicionada al cumplimiento de las expectativas y necesidades de sus progenitores narcisistas, que lo utilizan a su antojo.

Desde el momento en que es elegido como dorado por el progenitor narcisista dominante, que incluso puede ser un psicópata integrado en algunos casos, su identidad propia es relegada para servir a los deseos de este progenitor, que lo utilizará para su propio beneficio. Incluso en muchas ocasiones puede dar la sensación de que los éxitos del hijo o hija dorada se producen gracias al padre o madre narcisista, cuando no es así.

Por otro lado, estos éxitos pueden ser considerados como amenazas por otros miembros de la familia, que tratarán de emplear todo tipo de mecanismos, como la difamación o el bullying, para hacer caer a este miembro de su falso estatus (recordemos que el hijo o hija dorada es simplemente una víctima del progenitor narcisista). Además, si este miembro dorado de la familia se percata de la situación que se vive en su familia y la señala directamente con el dedo, puede pasar a convertirse, de la noche a la mañana, en el chivo expiatorio, una figura que sufre una gran agresividad familiar y de la que hablaremos en otro momento.

A primera vista, por lo tanto, puede parecer que el hijo o hija dorada tiene una vida envidiable, rodeado de halagos y atención constante. Sin embargo, detrás de esta fachada de perfección se esconde una realidad compleja y dolorosa. Lo cierto es que esta persona se encuentra atrapada en un rol que exige la negación de su propia identidad y la constante búsqueda de aprobación. Se les asigna la tarea de mantener una imagen impecable y de cumplir con las expectativas irracionales de sus progenitores narcisistas, lo cual puede generar una profunda sensación de vacío y desconexión con ella misma.

A medida que el hijo o hija dorada crece, pueden surgir diversas consecuencias emocionales y psicológicas. Pueden experimentar una gran presión para mantenerse en la cima y ser siempre exitosos, lo que puede llevar a altos niveles de ansiedad, estrés y miedo al fracaso. Además, la constante necesidad de validación externa puede dificultar el desarrollo de una autoestima sólida y auténtica. Los hijos dorados pueden experimentar sentimientos de culpa y vergüenza cuando no logran alcanzar los estándares irreales establecidos por sus padres o madres narcisistas, lo que puede tener un impacto duradero en su bienestar emocional y su capacidad para establecer relaciones saludables en el futuro.

En conclusión, el rol del hijo o hija dorada en una familia narcisista puede ser engañoso y desafiante. Aunque inicialmente puedan parecer privilegiados, como hemos visto, los hijos dorados pagan un alto precio por la falsa perfección que se les impone. Reconocer y comprender la dinámica narcisista es esencial para sanar las heridas emocionales y buscar el apoyo adecuado. Cada individuo merece vivir en un entorno donde se le acepte y valore por su verdadera identidad, libre de la necesidad constante de cumplir con las expectativas y necesidades de los demás.