El misterioso reino de Tartessos

El Libro de los Reyes narra que el rey Salomón mandaba cada tres años una flota a Tarsis para aprovisionarse de oro. ¿Se refería a Tartessos?

La región de Tartessos

«El rey Salomón tenía en el mar una flota de Tarsis, juntamente con la de Hiram, y cada tres años llegaba la flota de Tarsis y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales» (1 Reyes 10,22).

El Libro de los Reyes narra que el rey Salomón mandaba cada tres años una flota a Tarsis para aprovisionarse de oro, plata y otros objetos exóticos. ¿Podemos identificar en la actualidad a Tarsis con Tartessos, el fructuoso reino del Bajo Guadalquivir? La mayoría de los especialistas coinciden en que estos nombres son equivalentes y que, por tanto, el Antiguo Testamento testimonia las antiguas relaciones que mantuvieron los tartessios con los navegantes semitas, como poco, desde el siglo X a.C.

Otros textos posteriores, de los siglos VI al IV a.C, de Hecateo de Mileto, Heródoto o Éforo confirmaron la existencia de esta civilización. Avieno, en su Ora marítima, relató que el río Tartessos rodeaba a una isla en la que se ubica una ciudad con el mismo nombre. 

Son muchos los autores los que además identifican a Tartessos con la misteriosa Atlántida de los Diálogos de Platón. En el Timeo, concretamente, el filósofo griego la describió como «una gran isla, más allá de las columnas de Heracles, rica en recursos mineros y fauna animal». Se generaba así un aura de misterio que sólo con la investigación podría esclarecer.

El primer autor que vinculó a Tartessos con el río Guadalquivir fue Antonio Nebrija, un humanista del siglo XV. Pero no fue hasta el siglo XIX cuando George Bonsor comienzó a excavar los yacimientos arqueológicos de Carmona, Cruz del Negro, Cerro del Trigo o Setefilla. Posteriormente, siguiendo la Ora marítima de Avieno, Adolf Schulten intentó localizar la capital de Tartessos en las Marismas de Doñana, ayudado por Bonsor. Sus investigaciones no dieron el resultado esperado, pero en su obra Tartessos dejó plasmado todo el conocimiento que se tenía de esta civilización hasta el momento, lo cual era bastante importante.

Las fuentes arqueológicas, por otro lado, constataron que la metalurgia era una actividad fundamental en Tartessos. En 1958, de hecho, apareció casualmente en Camas (Sevilla) un fantástico tesoro en el cerro de El Carambolo. El hallazgo desveló las dudas que se tenían sobre la existencia de Tartessos. El profesor  Carriazo fue el encargado de excavar el yacimiento y de hacer palpable una civilización que, hasta entonces, sólo existía en la literatura antigua.

A raíz de este descubrimiento, se ubicó a los tartessios en el sur peninsular y se le asociaron algunos yacimientos tales como el Cabezo de San Pedro (Huelva), Carmona (Sevilla), La Colina de los Quemados (Córdoba), Cancho Roano (Badajoz), etc. Es peculiar el caso de la Asta Regia romana, en la localidad gaditana de Mesas de Asta, en la que su propio nombre hacía mención de la monarquía como una posible forma de gobierno. Esta institución, de hecho, se hacía palpable en la figura de Argantonio, quien según Heródoto fue el último rey tartessio.

A partir del siglo VIII a.C., los fenicios comenzaron a comerciar más activamente con Tartessos, fundaron emporios en las costas del sur peninsular y, sin duda, aculturaron a los nativos. Tanta fue la proximidad que tuvieron que en la actualidad los investigadores tratan de discernir entre lo que fue tartessio o fenicio. En el caso del yacimiento de El Carambolo, entre otros, todavía se discute sobre si su fundación es nativa o foránea (semita). El tiempo, en todo caso, aclarará dudas como ésta.

Bibliografía

CABEZAS VIGARA, J.A., En busca del fuego... y otras historias curiosas de la Antigüedad. Editorial Espasa (Grupo Planeta), Barcelona, 2000.


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