Schliemann y el sueño de encontrar la mítica Troya (II parte)

El arqueólogo había depositado siempre una plena confianza en la precisión de los poemas de Homero

Ilustración de Heinrich Schliemann dibujando en las ruinas de Troya

Como vimos en la primera parte de esta entrada, todo hacía presagiar que, como hombre rico y con familia, Schliemann se dedicaría en los años venideros a disfrutar de la vida, sin más. Pero no fue así. Su espíritu aventurero le llevó a embarcarse en la búsqueda del emplazamiento de la mítica Troya, uno de sus grandes sueños.

El primer paso que dio fue el de trasladarse a la capital de Francia, donde estuvo un mes estudiando en la Sorbona. Ante la negativa de Ekaterina de seguirle hasta París, se divorció de ella, con lo que, según sus propias palabras, se sintió “liberado” para llevar a cabo su sueño arqueológico. Posteriormente se fue a Turquía, donde supuestamente yacía Troya.

En Turquía, a través de un anuncio en el periódico, Schliemann contactó con Sophia Engastromenos, una joven griega 30 años menor que él, pero buena conocedora de la Historia de Grecia y de la obra de Homero. Unidos en matrimonio en octubre de 1869, la pareja fijó su residencia en Turquía, cerca de una colina llamada Hissalrik. ¿Por qué allí?

No fue casualidad la elección de ese lugar. A diferencia de otros investigadores de su tiempo, Schliemann había depositado siempre una plena confianza en la precisión de los poemas de Homero y, por consejo también del experto inglés Frank Calvert, siguió las descripciones topográficas de la Ilíada hasta identificar la colina de Hissarlik, en el noroeste de la Península de Anatolia, con el lugar donde estaba ubicada Troya.

En 1871, inició los trabajos de excavación en esa posición empleando un método arqueológico que hoy podría calificarse como más que dudoso, por su brusquedad, pero era un modus operandi habitual en la época. Utilizó, según algunos testimonios, dinamita y maquinaria relativamente pesada para llevar lo antes posible a las capas inferiores, que donde él pensaba que reposaba Troya.

La sorpresa fue que, el 31 de mayo de 1873, a una profundidad de unos 8,5 metros, Schliemann encontró un conjunto de piezas de oro y de otros metales preciosos que él identificó con el Tesoro de Príamo. En la actualidad, a este hallazgo se le conoce científicamente como el Tesoro A, ya que Schliemann lo atribuyó al rey Príamo de Troya más por su entusiasmo por Homero que por otra cosa. 

Pronto llegó a oídos del gobierno turco la noticia del gran hallazgo y quiso obtener su parte del botín, pero no consiguió nada porque el alemán había sacado el tesoro del país.

Sin embargo, la fe ciega de Schliemann en las fuentes literarias de la antigüedad, además de permitirle encontrar el supuesto sitio de Troya, estuvo justificada en más de una ocasión. Un tiempo después de este gran hallazgo arqueológico, Schliemann descubrió en la ciudadela prehelénica de Micenas un grupo de tumbas reales y una gran cantidad de objetos funerarios de oro y una peculiar máscara que él mismo atribuyó a Agamenón, el líder de la expedición griega contra Troya, y su hermano Menelao.

Quedó claro que Schliemann, con los conocimientos y los medios de su tiempo, era un gran investigador. Sin embargo, también es cierto que se equivocó en muchas ocasiones por su entusiasmo casi idolátrico hacia Homero. De hecho, hoy sabemos que tanto el denominado Tesoro de Príamo como la máscara de Agamenón son más antiguos de lo que Schliemann creyó.

Para concluir, a pesar de que sus métodos de excavación anticientíficos habrían escandalizado a los arqueólogos actuales, sus descubrimientos fueron de primera importancia y magnitud para la historia de la arqueología. No cabe duda de que los trabajos de Schliemann cumplieron con un cometido fundamental, el de reavivar los estudios de la antigua Grecia y, en cierta medida, impulsar el surgimiento de la arqueología moderna.

Bibliografía

CABEZAS VIGARA, J.A., En busca del fuego... y otras historias curiosas de la Antigüedad. Editorial Espasa (Grupo Planeta), Barcelona, 2000.

CERAM, C.W., El mundo de la arqueología. Destino, Barcelona, 1982.


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