De los confines al centro del mundo antiguo

La mentalidad, más o menos racional, podía modificar la imagen del mundo que se percibía en cada época

Representación de Jerusalén como centro del Mundo

Uno de los principales dilemas que nos encontramos los historiadores al estudiar el pasado radica en descifrar el concepto de realidad en cada época. En el mundo antiguo no se pensaba igual que ahora y, por ende, la realidad era diferente. La mentalidad, más o menos racional, podía modificar la imagen del mundo que se percibía. Por lo tanto, si se podían concebir muchos mundos diferentes, cabe preguntarse: ¿dónde acababa el mundo en cada realidad? Y, más concretamente, en la antigüedad ¿se concebía un mundo de forma finita o infinita?

El mundo infinito propiamente no se puede imaginar, así que la mayoría de las sociedades históricas, según parece, se decantaban por un mundo finito, con sus límites. Esta afirmación no es extraña, ya que para llegar a entender el concepto de infinito se precisa hacer una difícil abstracción sólo alcanzable cuando se consigue cierto desarrollo mental. La percepción humana, de forma natural, sólo reconoce e identifica algo como un objeto determinado cuando tiene unos límites, o líneas, que lo demarcan.

Entonces, si se opta por un mundo finito, ¿dónde acaba? Y, más aún, ¿cómo debemos imaginar sus límites? Estas dos cuestiones nos llevan a un difícil planteamiento lógico porque, en la Antigüedad, si el mundo significaba universo, y el universo lo era todo, el todo tenía que ser finito. Entonces, ¿qué había más allá de sus límites? Si había algo, el todo no sería ya todo y el dilema volvería a presentarse así hasta el infinito. En el caso contrario, si más allá de los límites no había nada, ¿cómo imaginaban en la Antigüedad la línea que separaba el algo de la nada entre el ser y el no ser?

Con esta cuestión, se llegaba a una situación de difícil comprensión para la época que estamos tratando, ya que la mentalidad antigua no podía dar respuesta a este dilema simplemente porque no estaba preparada para afrontarlo. El cerebro humano, durante su evolución, seguramente se ejercitó con tareas menos complejas hasta épocas más cercanas a nosotros.

El concepto del centro del mundo, por otro lado, está estrechamente ligado al del mundo finito, o limitado, que acabamos de analizar. Se aprecia en la mentalidad antigua cierta tendencia al etnocentrismo. Normalmente el centro del mundo coincide con la zona ocupada por un pueblo en concreto o, como mucho, con un lugar relevante para ellos. El filósofo rumano Mircea Eliade muestra que, para la mentalidad antigua, no todas las partes del mundo son iguales porque no se miden únicamente siguiendo criterio de cuantificación. Todo lo contrario. El mundo se articula de forma cualitativa y hay unos puntos que tienen más ser que otros porque en ellos se hace presente lo divino de una forma especial. Así mismo, hay cosas y personas que tienen más ser que otras, más maná.

La tradición mítica griega, en este caso, tenía una concepción cíclica del espacio, es decir, se concebía el mundo como un círculo rodeado por el río Océano, que era el que delimitaba los confines. Esta forma circular, como un plato, favorecía que al mirar los griegos a su alrededor observasen que se encontraban en el centro de su mundo.

Para finalizar, esta realidad sólo cambió cuando se comenzaron a ampliar los conocimientos geográficos. Es entonces cuando la tradición mítica perdió fuerza en favor de la visión de la realidad. Los nuevos conocimientos geográficos y la racionalidad ganaron la batalla a la mitología.

Bibliografía

PÉREZ MACÍAS, A. y CRUZ ANDREOTTI, G. (eds.), Los límites de la Tierra: el espacio geográfico en las culturas mediterráneas, Madrid, 1998.


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