La sensibilidad como trinchera
Imagen meramente ilustrativa |
Mucho se habla de una “nueva masculinidad” sensible, más dispuesta a escuchar y a replantearse sus privilegios en sintonía con los tiempos modernos. Pero me pregunto: ¿es realmente esta una transformación auténtica? ¿O acaso se trata de una máscara, una puesta en escena emocional que oculta, bajo una nueva apariencia, el deseo de retener una posición de poder? La llamada “masculinidad blanda” que aparece en ciertos discursos actuales parece ser una versión domesticada de lo masculino, ajustada a los nuevos tiempos, pero en realidad más dirigida a garantizar su supervivencia que a cuestionarse seriamente.
Este modelo sentimental, supuestamente despojado de agresividad y lleno de autocrítica, parece en principio una victoria de la sensibilidad sobre los arcaicos esquemas de poder. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si se tratase solo de una adaptación astuta, casi de camuflaje, con la que los hombres logran mantener sus antiguos privilegios mientras simulan adoptar las demandas de igualdad? En lugar de un cambio genuino, podría tratarse de una estrategia de subsistencia que, en última instancia, perpetúa las jerarquías masculinas bajo una fachada de empatía y comprensión.
Amor
y deseo: los nuevos terrenos de disputa
Uno de los cambios que más desconciertan en esta “nueva masculinidad” es la aparente apertura a modelos de amor menos convencionales: relaciones abiertas, amor plural, la poligamia consciente. Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿hasta qué punto esta apertura a lo afectivo no es más que un nuevo modo de reafirmar la conquista? En el fondo, el amor libre o el poliamor, defendidos como conquistas de la libertad emocional, pueden ser también una extensión de una territorialidad masculina que simplemente ha mudado de piel.
Nuestra cultura ha moldeado el deseo en torno a un sentido de posesión y control que rara vez se cuestiona del todo. Bajo el lenguaje de la igualdad, a menudo el deseo masculino continúa avanzando como un colonizador dispuesto a expandir sus dominios, de la misma forma que antaño lo hiciera la masculinidad hegemónica en el ámbito económico o político. Aún hoy, términos como “infidelidad” y “adulterio” son conceptos envueltos en un aura de traición, conceptos que nacen de la incapacidad de la sociedad para aceptar otras realidades amorosas. Las fronteras entre fidelidad y libertad, entre amor y posesión, aún están definidas, como antaño, por la voluntad de quien desea conquistar.
La
teatralidad de la “vulnerabilidad masculina”
Una de las facetas más discutidas de la “nueva masculinidad” es la exhibición de vulnerabilidad. De pronto, se celebra la sensibilidad en el hombre. Se le incita a reconocer sus miedos y a hacer las paces con sus emociones. Pero ¿hasta qué punto esta expresión es sincera y no, nuevamente, un disfraz más? La paradoja es evidente. Al hombre de hoy se le pide mostrar sus emociones, ser accesible, despojado de agresividad y, además, se le exige que conserve su compostura, su entereza. La “vulnerabilidad”, en este caso, podría ser tan solo otro instrumento para reafirmar su posición, una manera de mantener sus privilegios dentro de un esquema de poder más sutil, más calculado.
En este juego de fuerzas, la vulnerabilidad podría ser el último recurso de una estructura masculina que, lejos de estar dispuesta a renunciar a su estatus, ha aprendido a adaptarse y a camuflarse. Así, al mostrar esta faceta sensible y emocional, el hombre contemporáneo no hace más que fortalecer la misma imagen que intenta desarmar: conserva el dominio y la autoridad, pero esta vez desde el lenguaje de la empatía y la ternura, lenguaje que puede hacerle pasar, paradójicamente, por víctima.
Entre
la igualdad y el poder oculto
Si bien el discurso contemporáneo ensalza una visión de igualdad y respeto mutuo, lo cierto es que esta nueva masculinidad sigue reforzando una estructura jerárquica en las sombras. El nuevo paradigma masculino pretende, en teoría, ofrecer una convivencia basada en el respeto y la equidad. Sin embargo, en la práctica, aún existe una tendencia a utilizar esta “igualdad” como un disfraz, una herramienta para asegurar que el poder masculino se mantenga, aunque sea de forma menos explícita.
Lo que la “nueva masculinidad” pone en evidencia es, en realidad, la complejidad y la persistencia del viejo sistema de jerarquías. A nivel afectivo y sexual, los vínculos están diseñados de tal forma que perpetúan estructuras de posesión, si bien de un modo más solapado. Mientras estas estructuras sigan funcionando bajo un modelo de “sutil dominación”, el discurso de igualdad queda comprometido. Bajo esta lógica, el hombre mantiene el poder desde una posición de “empatía calculada”, disfrazando su voluntad de dominio en una suerte de dulce sumisión que solo es otra cara de su autoridad.
El problema, entonces, no es si los hombres están mostrando emociones o participando en relaciones más abiertas; el problema es que el sistema de jerarquías afectivas y sociales aún no se ha desmantelado. La “nueva masculinidad” no es necesariamente un paso hacia la equidad, sino una metamorfosis que podría estar preservando la misma estructura de poder que pretende eliminar. Para que un cambio sea real, debe cuestionarse de raíz la construcción de la identidad masculina. De lo contrario, seguiremos viendo variaciones del mismo esquema, ocultas bajo nuevos nombres, con nuevas palabras, pero con una esencia que permanece inmutable.
Bibliografía
Rodríguez, Antonio J. La nueva masculinidad de siempre. Barcelona: Literatura Random House, 2020.
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